Xavier Garí de Barbarà
11 diciembre 2025
Cuando hablamos de Noviolencia Cristiana siempre sobrevuelan algunas dudas que aparentan contradicciones. ¿Cómo puede ser que el Nuevo Testamento proclame la Noviolencia si el Antiguo Testamento parece que promueva lo contrario? En primer lugar, son dos episodios diferentes, que tienen protagonistas diferentes, corresponden a épocas diferentes y tanto sus reacciones como su explicación a las mismas es diferente. Que sea diferente no significa que difieran o, más aún, que sean contradictorias. Está asumido que la Biblia, así como los textos sagrados de cualquier confesión o tradición religiosa están basados fundamentalmente en relatos. Ello no nos ha de llevar a la dicotomía entre verdad/falsedad, porque no hay nada falso en las sagradas escrituras de ninguna religión; sí que hay versiones o interpretaciones sin contexto, con literalidad, y sobre las que no se ejerce una visión de conjunto que ayude a "comprender" (este es el gran término), es decir, "hacer comprensión" de lo que ocurre en lo que se relata, de dónde proviene, qué fondo tiene y a dónde pretende llegar.
A menudo, Jesús de Nazareth optaba por las parábolas, que no eran otra cosa que relatos con moraleja, metáforas que pretendían explicar lo difícilmente explicable. En geometría una parábola es la unión entre dos puntos de manera ondulada. Comparándolo con lo que pretenden los textos sagrados, lo cierto es que contienen pensamientos, sentimientos, valores y exposiciones de tal fondo que sólo buscando el camino a menudo "parabólico" es posible tan sólo acercarse a aquello que se está pretendiendo exponer. No por otra razón que por lo siguiente: si se va directo no se puede comprender. De ahí que las interpretaciones bíblicas no deban ser nunca, nunca, literales. La literalidad en la interpretación de los textos sagrados garantiza que a un fragmento se le pueda hacer decir una cosa y justo lo contrario a la misma.
Es en este sentido que es preciso acudir al rico Antiguo Testamento con este condicionante. De este modo, en materia violenta o noviolenta, podremos leer siempre los textos asumiendo que tienen dos capas: el pasaje (lo que muestran y cómo lo muestran) y el mensaje (el contenido de fondo que están intentando transmitir). Así pues, a menudo conocemos textos del Antiguo Testamento que recogen "pasajes" violentos que además se expresan con violencia; eso es debido a que la época estaba muy impactada y afectada respecto a la violencia. Pero, a la vez, si escarbamos en una correcta y adecuada interpretación -a la que ayuda también la mejor traducción posible-, llegamos al mensaje de fondo; y resulta que siempre, el mensaje de fondo no es violento. Es más, acaba culminando en el Nuevo Testamento, que expone la noviolencia de Jesús y el Evangelio de la noviolencia. Si a Jesús no podemos entenderlo sin el Antiguo Testamento y fue un hombre de paz y noviolencia, ¿como no vamos a encontrar el sentido de paz y noviolencia en las antiguas -pero vigentes- escrituras, que preparan el Nuevo Testamento? La gran pregunta sugiere una profunda contradicción: ¿con el Antiguo Testamento tenemos un Dios violento y con el Nuevo un Dios noviolento?
Efectivamente, en la Biblia hay relatos donde pareciera que Dios actúa violentamente como guerras, castigos, muertes o catástrofes, lo que hace difícil conciliarlo con la imagen de Jesús que revela un Dios compasivo. La respuesta requiere una lectura crítica, histórica y teológica a la manera de lo expuesto anteriormente. Sin ello, es imposible poder hacer comprensión correcta.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la Biblia es un camino de revelación progresiva. La revelación bíblica no ocurre de una sola vez, sinó que Dios se revela en una historia con personas concretas, en culturas concretas y a lo largo de siglos. Es por este motivo que los primeros textos reflejan mentalidades antiguas, donde se pensaba que todo evento histórico (incluidas derrotas y tragedias) era causado directamente por Dios. Con el tiempo, la Biblia muestra un Dios cada vez más misericordioso, justo y cercano. Y, finalmente, la revelación culmina en Jesús, quien redefine por completo toda interpretación violenta de Dios. Lo cual significa que algunos textos que presentan a Dios como violento no son una fotografía literal de su modo de ser, sino un espejo de cómo ese pueblo entendía a Dios en ese momento histórico.
En segundo lugar, tal y como antes referíamos, es precisa una lectura contextual que permita captar el fondo que expresa el lenguaje de la antigüedad. Así, los antiguos israelitas, como muchos pueblos antiguos, interpretaban: terremotos, plagas, derrotas militares, pestes o enfermedades como signos directos de la ira divina. Esta mentalidad no desaparece de inmediato, y aparece reflejada en varios libros bíblicos. Pero eso no implica que Dios sea autor de violencia, sino que así era percibido en un contexto cultural limitado.
En tercer lugar, hay una particular pedagogía divina frente a la dureza del corazón. Esto significa que la Biblia muestra a un pueblo que continuamente se aleja, fracasa moralmente, cae en idolatría, oprime a los pobres y practica la violencia. De modo que en ese contexto, la pedagogía divina a veces utiliza el lenguaje del castigo para mostrar consecuencias, no para ejercer violencia. Por consiguiente, muchas acciones atribuidas a Dios son, en realidad, descripciones de cómo el pueblo experimenta las consecuencias de sus propias decisiones; y no cómo es Dios o cómo se comporta con los humanos.
Finalmente, frente a los textos violentos, otros pasajes muestran un Dios totalmente distinto. ¿Cómo podemos hallar el camino para una comprensión idónea entre esos textos violentos y un Dios no violento? Además de lo dicho anteriormente, el jesuita y teólogo Joan Morera resalta dos patrones noviolentos de Dios en las Escrituras que permiten abordar un análisis fiel al verdadero sentido y proceder de Yahvé a lo largo de la Biblia. Más allá de los relatos puntuales que parecen atribuir violencia directa a Dios, emerge un conjunto coherente de patrones de actuación que revelan su verdadero modo de ser: un Dios que busca recuperar, restaurar y reconciliar, no destruir.
Estos patrones se centran en dos grandes estructuras: el patrón RIB y el patrón ANAWIM. Ambos permiten comprender desde dentro cómo se revela la noviolencia divina y cómo Dios actúa ante el mal, la injusticia y la infidelidad humana. No se trata de propuestas marginales ni excepcionales, sinó que forman parte del corazón de la revelación veterotestamentaria, y preparan el terreno para la plenitud noviolenta que se manifiesta en Jesús. Desarrollarlos implica observar la lógica interna de la acción divina, en contraste con la lógica humana de venganza o represalia.
El patrón RIB presenta a Dios como juez restaurador, no como verdugo. El término hebreo RIB (רִיב) significa "pleito" o "contienda judicial". Se trata de una estructura literaria y teológica en la que Dios actúa como acusador en un juicio simbólico, pero no para condenar, sino para reconducir al pueblo a la alianza. Aparece en numerosos textos proféticos del Antiguo Testamento, como los de Miqueas, Isaías, Jeremías u Oseas, entre otros. Lo fundamental del RIB es que revela un Dios que no responde al mal con venganza, sino con misericordia activa, con un proceso que busca iluminar, corregir y restaurar. Es un juicio terapéutico, no punitivo, lo cual significa que este patrón ya anticipa la enseñanza de Jesús: "No he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo."
Por otro lado, el patrón ANAWIM se refiere a salvación a través del pequeño Es un gran patrón noviolento. La palabra anawim (עֲנָוִים) significa "los humildes, los pobres, los pequeños, los mansos", pero no en sentido meramente económico: se refiere a aquellos que confían en Dios como su única defensa. Dicho patrón expresa la manera característica de actuar de Dios: elige al pequeño para salvar al grande, al débil para desarmar al poderoso. Es un patrón profundamente subversivo, porque invierte la lógica de los imperios. Muestra que la fuerza se manifiesta en la debilidad, evidenciando que Dios no actúa mediante ejércitos, poder militar o presión política. Sus acciones salvíficas tienen lugar a través de personas o situaciones que, humanamente hablando, no tienen nada que ofrecer: Moisés temeroso y tartamudo, David pastorcito menor, Jeremías joven e inexperto, Rut extranjera y viuda, María, una muchacha desconocida, Jesús, carpintero galileo crucificado.
El patrón anawim "desarma" las interpretaciones violentas de la acción divina. Si Dios actuara como los imperios, elegiría a los fuertes. Pero al elegir a los débiles, Dios muestra que su poder no se basa en la fuerza, sino en el amor que transforma. De este modo, la salvación del poderoso ocurre mediante el pequeño. Este rasgo es clave en la noviolencia bíblica. No se trata solo de que Dios favorece al débil, sino de que salva al fuerte a través del pequeño: José salva a sus hermanos agresores, Jonás —a pesar de sí mismo— conduce a Nínive al arrepentimiento, el siervo sufriente carga los pecados del pueblo, Jesús salva a la humanidad desde la cruz, no desde un trono.
La lógica de base es profundamente contracultural: el débil no destruye al fuerte; lo transforma. Y ésto es la noviolencia del mensaje de fondo del Antiguo Testamento, a pesar del lenguaje de cada pasaje. Y si Jesús es la plenitud de la revelación que ya atisbaba el Antiguo Testamento, entonces Dios es radicalmente noviolento. Es más, Jesús nunca atribuirá a Dios la violencia, desautorizando incluso expresamente a sus discípulos cuando quieren usarla (Lc 9,55; Mt 26,52). Este Jesús noviolento no puede ser contrario ni contradictorio al Dios del Antiguo Testamento, ergo se trata de un Dios noviolento.
Xavier Garí de Barbarà
1 noviembre 2025
La noviolencia es una mística, una forma de vida y relación y una metodología de gestión de conflictos intrapersonales, interpersonales, colectivos e internacionales, que tiene una raíz claramente religiosa. La noviolencia, por tanto surgió de las tradiciones religiosas y, en ese camino, se vió impulsada también por Jesús de Nazareth y el cristianismo que surgió tras él.
Gandhi decía que Jesús fue “el perfecto noviolento” porque concilió tres apuestas claras en su vida: pasó por este mundo haciendo el bien; entregó su vida libremente contra la violencia; y perdonó a sus victimarios. La gran figura de Jesús sin duda marcó al gran referente de la noviolencia contemporanea, el Mahatma Gandhi, que siguió toda la vida siendo hindú pero admiró enormemente a Jesús y su noviolencia. Antes de adentrarnos en las grandes actitudes noviolentas de Jesús (que trataremos en los siguientes artículos), es preciso volver la vista atrás para consolidar una afirmación importante antes avanzada: la noviolencia es indudablemente de raíz religiosa y surgió en las primeras tradiciones espirituales del mundo que hoy siguen vigentes.
Es importante aseverar la anterior afirmación porque se atribuye a las religiones todos los males de las violencias del mundo, históricas y actuales. Y si bien es cierto que las organizaciones religiosas han participado en la violencia de la humanidad, a menudo con protagonismos claros y desviaciones espantosas en determinados colectivos, también es importante afirmar lo siguiente. Y es que no hay que olvidar que las religiones están formadas por personas y grupos que han impulsado o impulsan la violencia, y que ésta parte de los seres humanos que forman parte de las religiones. Cuando eso ha ocurrido a sido a causa de la instrumentalización de las religiones, no en su conjunto ni en su totalidad, sinó por parte de sectores liderados por actitudes e intereses injustos, autoritarios, inquisitoriales o directamente violentos. Y siempre que ha ocurrido es porque han contado con el apoyo, el impulso o la connivencia de los poderes políticos y sociales de cada sociedad y de cada momento.
No obstante, en sí mismas las religiones no tienen doctrinas violentas ni incluso aceptan formalmente la manipulación sectaria, contra la cual luchan al menos las más institucionalizadas. No obstante, los intereses políticos de las religiones, y los intereses religiosos de la política, a menudo se han encontrado para desarrollar la violencia. También ha sido a causa de un mal endémico en el ámbito religioso, teológico y espiritual: la mala interpretación de los textos sagrados. A menudo, ésta ha sido elaborada y predicada por determinados intereses de supervivencia o de expansión, y siempre a base de extraer las versiones más forzadas de una lectura literal de dichos textos. Cuando eso ocurre, a un mismo texto al que se le despoja de su contexto, se le puede obligar a afirmar lo que se desee y, a la vez, todo lo contrario. La manipulación de los textos sagrados, la falta de contexto, las malas traducciones o las erróneas interpretaciones que son contradictorias con el cuerpo de todo el libro sagrado o del sentido que dió el fundador a cada tradición, provoca como resultado una adulteración general de las actitudes de colectivos, líderes y fieles de base en todas las épocas, culturas y territorios.
Sin embargo, como decíamos, la noviolencia surge indudablemente de las tradiciones religiosas. En la hall de la entrada a la sede central de Naciones Unidas en Nueva York hay un inmenso mosaico donde aparecen representantes de las diferentes religiones de la humanidad, con una frase acuñada en piedrecillas doradas que responde a la denominada “Regla de Oro”. Presente en todas las religiones y tradiciones religiosas y espirituales, afirma aquella sentencia tan sabia: “No hagas a los demás lo que no desearías que te hicieran a tí”, en su versión afirmativa o negativa.
Por ejemplo, en jainismo se dice: “Uno debería tratar a todas las criaturas en el mundo como a uno le gustaría ser tratado” (Mahavira, Sutrakritanga 1, 11, 33); en el hinduismo se afirma: “El deber supremo es no hacer a los demás lo que te causa dolor cuanto te lo hacen a tí” (Mahabharata 5, 15, 17); en el budismo se asevera: “No trates a otros de maneras que tú mismo encontrarías hirientes” (Udanavarga 5, 18); en el taoismo se dice: “considera la victoria de tu prójimo como si fuera la tuiya, y la derrota de tu prójimo como si fuera la tuya” (T’ai Shang Kan Ying P’ien 213-218); en el sikismo se afirma: “No soy extraño para nadie y nadie es extraño para mí; de hecho, yo soy amigo de todos” (El Siri Gurú Granth Sabib, 1299); el confucianismo confirma: “La benevolencia máxima consiste en no hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a tí” (Las analectas, 15, 23); en el judaismo se escribe: “Lo que para tí es odioso, no lo hagas a tu prójimo; en esto consiste toda la le: tlo lo demás es un comentario” (Talmud, Shabbat 31a); en el cristianismo el mismo Jesús predicó: “Todo lo que deseéis que los demás hagan por vosotros, hacedlos por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas” (Mateo 7, 12); y en el islam el propio Mahoma afirma: “Ninguno de vosotros cree verdaderamente hasta que quiera para otros lo que desea para uno mismo” (El profeta, Hadito).
La India es la cuna de las religiones, o en dicho territorio hay una especial concentracion de ellas que dan nacimiento o evolución a otras. Antes citábamos a Gandhi, y realmente él se sentía hindú pero la noviolencia la recibió de su madre, por un lado, como jainista que era ella, y posteriormente como acérrimo lector del cristiano ortodoxo Lev Tolstoi, entusiasta de la noviolencia de Jesús.
Tanto el jainismo como el hinduismo disponen de un gran concepto: el Ahimsa. Éste hace referencia a la importa de la bondad y la verdad, de no dañar, y de vivir en coherencia a esta forma de vida. En el budismo, que sintetiza la compasión y las Vías Rectas hacia el Nirvana, los desarrolla como principios noviolentos. En China, el taoísmo tiene el Wu-Wei como resistencia fluida, y el Confucionismo dispone del Wen como expansión pacífica. Por su parte, las religiones monoteistas como el judaismo, el cristianismo y el islam, tienen una gran riqueza en este aspecto: el primero se centra en el Shalom de la paz integral y la Tzedakah como justicia social y ética de la bondad; el cristianismo presenta el amor al enemigo y el perdón sin límites; mientras que en el Islam, el atributo principal de Alá es Rahman, ser Misericordioso, y la Yihad es de los términos más bellos de que disponen, ya que hace referencia a la única guerra que puede ser considerada santa (por tanto, ninguna otra), que es aquella que se combate contra las propias infidelidades, las propias limitaciones, debilidades y defectos. ¿Hay algo más noviolento que luchar contra uno mismo para ser mejor, y nunca contra nadie más para someterlo o destruirlo? Es una verdadera lástima que en occidente se haya utilizado este término casi sagrado en el islam para denominar a los grupos terroristas islamistas, a los que acaban por generalizar tanto que los llaman en ocasiones directamente islámicos (cuando no existe terrorismo islámico porque el islam no lo es, sinó en todo caso islamistas, que hace referencia a determinadas interpretaciones del islam realizadas por determinados sectores radicalizados y violentos).
En este contexto multirreligioso del que surge la noviolencia enfocaremos a partir del próximo artículo cómo radica en el cristianismo una noviolencia extraordinaria que los cristianos no podemos en modo alguno olvidar ni relativizar ni menos todavía despreciar. No por otra razón que no sea la de que si algo configuró a Jesús, que pasó por este mundo haciendo el bien, perdonó a todos y no juzgó nunca a nadie, es que fue un profundo noviolento, tal como Gandhi lo afirmó con firmeza hace casi un siglo.
Xavier Garí de Barbarà
1 octubre 2025
La noviolencia (escrita conjuntamente, sin separación ni guiones) es un concepto que proviene de la occidentalización de los valores que en el sánscrito hindi se relacionan con Ahimsa y Satyagraha. Dos conceptos gandhianos que el Mahatma recuperó del jainismo (religiosidad previa a la hindú y muy marcada por la radicalidad noviolenta), que significan “no matar” (o no dañar) y “adhesión a la verdad”. Una manera de referirse a la noviolencia es entenderla como una actitud, un sentido vital y una profundidad humana (espiritual y social) que se resiste a ejercer ningún mal a nadie ni a nada, asumiendo la bondad, la rectitud, la corrección, la dignidad y la justicia en todo y en todos.
La noviolencia es, por tanto, una mística y una estrategia, un ‘modus vivendi’ y un ‘modus operandi’. La noviolencia es superior a lo que contemporáneamente denominamos como Pacifismo, porque supera la base de éste (la lucha contra las guerras) abrazando una integridad humana en todo (la creación, la transcendencia, la humanidad profunda y las relaciones sociales), hasta tal punto que prefiere inclinarse por dejarse morir antes de poder matar. Para muchos ésta es una opción de debilidad y cobardía, si bien requiere y exige justamente lo contrario: fortaleza y coraje. Pero para entender la noviolencia es preciso otra mirada sobre la vida humana y las relaciones, sobre la interioridad y el sentido vital de la persona. Y justamente esta visión íntegra, transcendente y profunda (mística casi) es lo que explica que la noviolencia surgiera de las primeras grandes religiones, y las recorra todas, contradiciendo ese prejuicio sobre las tradiciones religiosas en relación a que son agentes de violencia. Cuando lo que podemos afirmar aquí, de nuevo, es justo lo contrario: que la noviolencia surge curiosamente en las grandes religiones.
Mohandas Karamchad Gandhi, el gran exponente de la noviolencia contemporánea reconoce en su autobiografía cuán importante fue conocer a Leon Tolstoi, el gran escritor pacifista ruso, claramente marcado por su fe cristiana. Gandhi leyó a Tolstoi en su juventud, y le marcó enormemente. Por dos razones: una de ellas es porque Tolstoi lo trasladó a conocer a Henry D. Thoreau, el filósofo trascendentalista y activista social-naturalista y antimilitarista del siglo XIX norteamericano, que publicó el gran ensayo sobre la Desobediencia Civil. Conocer a Tolstoi, para Gandhi, fue conocer también a Thoreau, y de su mano descubrir el gran potencial espiritual cristiano de la esencia tolstoiana y el pragmatismo noviolento de la desobediencia civil.
La segunda razón por la que Gandhi quedó profundamente marcado por Tolstoi fue que, de su mano, conocería la noviolencia de Jesús de Nazareth, al què atribuyó ser “el mayor noviolento de la Historia”. Gandhi, hindú toda su vida, guardaba una admiración extraordinaria sobre la figura de Jesús, y reconocía el gran potencial revolucionario de su noviolencia. Una noviolencia que llevó hasta sus últimas consecuencias, lo que le reportó ser exluído, detenido, humillado, torturado y ejecutado. Pero en esa aparente derrota de dejarse matar antes de matar a nadie, el Nazareno no sólo no desapareció del mapa sinó que sigue hoy vigente su vida, su mensaje y su radicalidad amorosa y compasiva que inspiran la verdadera noviolencia de las religiones, que hoy es patrimonio de la humanidad.
En este artículo damos comienzo a una colección de textos en los que ahondar en una de las grandes riquezas del Evangelio y el cristianismo, que es toda lo que ha venido denominando en los últimos siglos como la Doctrina Social de la Iglesia, cuyo gran fuerte es el Magisterio por la Paz, en el que hay una tesoro escondido que es la Noviolencia Cristiana (la noviolencia de Jesús). Trataremos a fondo los pasajes más llamativos de esa noviolencia del Jesús histórico, pero también daremos el salto a las primeras comunidades cristianas radicalmente pacifistas y noviolentas. Y continuaremos con testimonios cristianos extraordinariamente destacables por sus valores noviolentos inspirados en el mismo Jesús, hasta llegar a la Doctrina Social reciente, su Magisterio por la Paz y, en extensión, a toda la ampliación de la Noviolencia Cristiana Contemporánea. Ésta se ha desarrollado en entidades como Pax Christi Internacional (nacida tras la Segunda Guerra Mundial, 1945) o el Pontificio Consejo de Justícia y Paz (nacido tras el Concilio Vaticano II, 1967), que han asumido la noviolencia como eje de sus luchas por la paz en el mundo. Más recientemente, Pax Christi lideró el impulsó la Iniciativa Católica por la Noviolencia, que se desearrolló (con el apoyo personal de papa Francisco) en el Instituto Católico para la Noviolencia.
A la noviolencia cristiana sólo le falta, eclesialmente, un eslabón pendiente: una Encíclica de un pontífice que la avale, la difunda ampliamente y la sitúe en la centralidad de las comunidades cristianas y de las instituciones eclesiales, para ser fieles a la misma centralidad que la noviolencia tiene en el Evangelio y en la vida de Jesús.